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El resurgimiento del chicle natural en México

Originalmente el chicle se extrae de un árbol; ahora están reviviendo esa práctica para hacer chicle natural, artesanal y sustentable.

El chicle proviene del látex que se cosecha del árbol del chicozapote, que crece nativo en la Selva Maya de la península de Yucatán, el norte de Guatemala y una porción de Belice. En los años cincuenta del siglo pasado se encontraron substitutos sintéticos, derivados del petróleo, como el acetato de polivinilo, que reemplazaron al chicle natural en la elaboración de las gomas de mascar y la actividad chiclera decayó drásticamente.

La Unión de Productores de Chicle Natural

Frente a esta crisis, también propiciada por la privatización de la Impulsora y Exportadora Nacional (Impexnal), una empresa estatal que en alianza con el Banco de Comercio Exterior (Bancomext) se ocupaba de  la comercialización de productos mexicanos en el extranjero, el gobierno de Quintana Roo invitó a Manuel Aldrete, que entonces participaba en el Plan Piloto Forestal, a realizar un diagnóstico de la actividad chiclera, reestructurarla y darle rentabilidad.  Se llevaron a cabo infinidad de consultas y reuniones con los chicleros hasta que seis cooperativas decidieron integrar la Unión de Productores de Chicle Natural y se dieron a la tarea de diseñar el modelo de negocio que seguirían. El proyecto avanzó, se sumaron más cooperativas y en 2002 se creó el Consorcio Chiclero que continuaba vendiendo el chicle exclusivamente como materia prima a Japón, Corea e Italia.   

La idea era desarrollar una goma de mascar y dejar de vender únicamente el chicle como materia prima. Las fórmulas de la goma base que elaboraban las grandes empresas norteamericanas eran un ¨secreto industrial¨, y no fueron patentadas para no publicar sus ingredientes y mezclas. El Consorcio Chiclero mexicano demoró cuatro años en desarrollar la formulación, invirtió recursos propios y contó con la valiosa asesoría del químico japonés Hashimoto San hasta que en 2009 nació Chicza como la primera goma de mascar certificada orgánica, biodegradable y 100% mexicana.

Al ejecutar el plan de negocios, los cooperativistas se dieron cuenta de que no podían competir con la goma sintética –el precio del chicle orgánico es 10 veces más alto– y esto los colocaba en otro nicho de mercado. Buscaron socios que les ayudaran a establecer una plataforma de lanzamiento, y con el nombre de “Mayan Rainforest” la nueva comercializadora comenzó a operar. Los primeros cinco años se destinaron a abrir mercado en Europa que es líder en el tema de productos orgánicos. 

Chicza, la marca de chicle que producen cooperativas en Quintana Roo

Actualmente, Chicza se comercializa en 27 países de la Unión Europea, el este europeo, Israel y Medio Oriente, Norteamérica, Asia y Australia, y tiene una red de socios –generalmente emprendedores jóvenes de entre 30 y 40 años– que colocan el producto en supermercados y tiendas de productos orgánicos, naturistas, veganos y gourmet. En Norteamérica Chicza coloca 300 mil unidades, contra los 3 millones de paquetes que vende en Europa. En el Consorcio Chiclero hoy día trabajan 1500 chicleros de 32 cooperativas que producen alrededor de 90 toneladas anuales de chicle, de las que transforman 50 toneladas en goma de mascar Chicza, orgánica, biodegradable y 100% mexicana.

 

 

 

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La miel medicinal producida en uno de los lugares más mágicos de México

En la Sierra Norte de Puebla se encuentra uno de los lugares más enigmáticos de México. Se trata de Cuetzalan, un pueblo onírico que reboza en riqueza natural y cultural. Con una población predominantemente indígena y un maravilloso mercado dominical, este lugar también se distingue por ser un centro de producción de miel de abejas nativas. 

La miel virgen tiene un sabor particular y notables propiedades medicinales, y es producida por una abeja sin aguijón llamada Pisilnekmej o “abeja pequeña” (Scaptotrigona mexicana). Similar a los beneficios asociados a la miel que produce su “prima” del sureste, la famosa abeja nativa Melipona beecheii de la región maya, la miel medicinal de Cuetzalan o miel virgen, como le llaman localmente, se utiliza desde hace muchas generaciones para prevenir y aliviar diversos malestares. 

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En Cuetzalan la miel medicinal favorece la economía local y la conservación de la biodiversidad

Existen indicios de que en esta región se cosechaba miel desde tiempos prehispánicos. En todo caso, en Cuetzalan la meliponicultura tiene un arraigo como actividad “tradicional”, aunque a pesar de ello, hace un par de décadas parecía que se truncaría esta herencia cultural, pues cada vez menos personas la practicaban. 

Por fortuna unos cuantos productores se unieron para recuperar la tradición y promoverla también como fuente de ingreso. Hoy hay más de 600 meliponicultores o productores de miel en la región, muchos de ellos son mujeres, están distribuidos en ocho municipios, y en buena parte agrupados en torno a la Unión de Cooperativas Tosepan Titataniske. Estas 600 familias viven de la producción de miel y saben que las abejas dependen de la diversidad de flores que encuentran en los cultivos y en la propia selva tropical del lugar, que está bien conservada. 

Tradicionalmente, estas pequeñas abejas negras construyen su colmena dentro de dos ollas de barro encontradas “boca a boca”. Cuando es llega el tiempo de recolectar la miel, el meliponicultor simplemente desprende las ollas y, del panal que tiene , en forma de espiral, extrae la miel y el polen. Posteriormente, una de las ollas, que contiene a la abeja reina –y que no se tocó– , se une a otra olla y se sella para que continúe así la producción de miel de esa colmena.

Propiedades medicinales que se atribuyen a la miel artesanal de Cuetzalan 

Su sabor es ligeramente agridulce y su consistencia es algo más líquida que la miel común –porque contiene 25% de humedad y aún cosechada continúa su proceso de fermentación natural. Se le atribuyen propiedades medicinales, como antibiótico, digestivo, antigripal y cicatrizante. Isabel Esteban Márquez, meliponicultora local, sugiere mezclarla con agua tibia y tomarla en ayunas, o recomienda también su aplicación en heridas y piquetes de insectos. 

En SUUM distribuimos la “miel virgen” de Cuetzalan, que producen los socios de la cooperativa Tosepan Titataniske, bajo un esquema de comercio justo. Promovemos éste y otros productos que son buenos para ti, buenos para las economías locales y también para la conservación de la biodiversidad.

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La historia de la goma de mascar (y cómo nació en México)

Hay que remontarse a 1860 cuando un estadounidense llamado Thomas Adams, al fracasar en su intento de vulcanizar el látex para sustituir el hule –trabajo encomendado por el entonces Presidente de México Antonio López de Santa Anna– tuvo la idea de cocinar el chicle y comercializarlo. Este fue el primer intento de vender lo que ahora conocemos como goma de mascar, luego le agregó azúcar y saborizante y el éxito comercial fue inmediato. La empresa de la familia Adams fundó la Tutti Frutti e inventó una máquina expendedora que operaba con monedas de un centavo de dólar. En 1919 en alianza con la American Chicle Company construyó en Long Island sobre una superficie de 51,000 m2 una fábrica con valor de 2 millones de dólares que tenía 500 empleados y producía 5 millones de paquetes de goma de mascar al día.

Otra figura clave fue William Wrigley quien fundó su empresa en 1898 y desde el inicio lanzó masivas campañas promocionales que le permitieron conquistar el 60% del mercado en sólo dos décadas. En 1915 la Wrigley´s envió gratuitamente un paquete con cuatro tabletas de goma de mascar a un millón y medio de personas enlistadas en el directorio telefónico de Estados Unidos. Wrigley se convirtió en un ícono del hombre de negocios en Estados Unidos y, en octubre de 1929, su retrato apareció en la cubierta de la revista Time.

La mayor parte del chicle natural provenía de México donde las empresas norteamericanas tuvieron concesiones de uso sobre la selva de hasta 800,000 hectáreas solamente en el estado de Campeche. A principios de la Primera Guerra Mundial se dió un dramático aumento en la demanda del chicle, gracias a una campaña masiva de comunicación en la que Wrigley convenció al público de que “mascar habitualmente goma de mascar reduce la tensión, ayuda a la digestión y mitiga la sed y el hambre”. Fue así como la goma de mascar se incluyó en las raciones de alimentos que el ejército entregaba a los soldados norteamericanos, y éstos la difundieron sobre todo en Inglaterra e Italia.

En la década de 1930 a las compañías se les retiraron las concesiones de explotación de las selvas, y se transfirió a las comunidades locales su propiedad, lo cual trajo de inmediato resultados positivos en el nivel de vida de los campesinos; el ingreso por venta de chicle aumentó 300% y se formaron pequeños asentamientos que concentraron espacialmente a la población. En muy pocos años el total de la explotación chiclera era realizada por las comunidades locales y así nació la primera cooperativa de productores de chicle.

En 1943 México exportó a Estados Unidos 8,165 toneladas de chicle –si se sabe que de un árbol de chicozapote se obtienen en promedio dos kilos de chicle, esto significa que en un año se cosecharon por lo menos cuatro millones de chicozapotes de las selvas de Campeche y Quintana Roo.

Unos años después, y debido principalmente al desarrollo de sustitutos sintéticos derivados del petróleo como el acetato de polivinilo, la demanda internacional del chicle cayó bruscamente y la actividad chiclera sufrió un grave deterioro. Los 20 mil chicleros que existían en 1943, se redujeron a mil para 1994.

Fue hasta el 2002 cuando en México se creó el Consorcio Chiclero, hoy participan 1500 chicleros de 32 cooperativas que producen alrededor de 90 toneladas anuales de chicle, de éstas, en su planta industrial de Chetumal, transforman 50 toneladas en la goma de mascar Chicza que tiene el certificado orgánico y empacan para la venta en paquetes  de 15 gramos con sabor menta, yerbabuena, limón, canela y frutos rojos.

Los usos secretos y preciosos del mezcal en la sierra mixe de Oaxaca

Cada uno de nosotros tiene una historia —personal y muy curiosa— con uno o múltiples ingredientes mexicanos. Entre supersticiones, remedios antiguos, recetas secretas y demás, en cada casa hay pequeñas costumbres que, cuando crecemos, a veces olvidamos, porque no las vemos en otros lados, pero que se guardan en un rincón muy íntimo de la memoria.

Algunos recordarán el dicho: “solo cuando se te infle la tortilla en el comal te podrás casar”, pues es signo de ser bueno en la cocina y recordarán igual la discreta sorpresa y autosatisfacción que sintieron cuando la tortilla que hicieron, en efecto, se infló.

Otros no olvidarán que, engripados, sus abuelas o mamás les pusieron tomates verdes hirvientes en la garganta para apaciguar la infección, en un acto igualmente amoroso y tortuoso, pero lleno de convicción y fe en antiguas tradiciones. En cada casa hay “ingredientes secretos”, ocultos en los platillos populares y la mamá, la tía o la abuelita de todos hace “la mejor”versión de cualquier receta mexicana.

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Sierra mixe/Fotografía: Reinaldo Jimenes

Invocar estos usos y memorias, secretos y preciosos, propios sólo de algunas casas o  de algunas comunidades siempre llama a la profunda nostalgia. Pero es realmente un placer recorrer estos recuerdos reservados, de uno mismo y los otros.

Recientemente y con este espíritu rondándola, la activista y lingüista mixe, Yásnaya Aguilar, compartió en un hilo de Twitter algunos usos hermosos y sorprendentes del mezcal; muchos de su familia, otros propios de su comunidad en la sierra oaxaqueña. Probablemente sus memorias sean paralelas a las tuyas, de una forma muy especial:

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Imagen: drnxmyth

 

Esta nota fue originalmente publicada en masdemexico.com