La increíble lingüista y activista Yásnaya Aguilar narra algunos hermosos y sorprendentes usos del mezcal.
Cada uno de nosotros tiene una historia —personal y muy curiosa— con uno o múltiples ingredientes mexicanos. Entre supersticiones, remedios antiguos, recetas secretas y demás, en cada casa hay pequeñas costumbres que, cuando crecemos, a veces olvidamos, porque no las vemos en otros lados, pero que se guardan en un rincón muy íntimo de la memoria.
Algunos recordarán el dicho: “solo cuando se te infle la tortilla en el comal te podrás casar”, pues es signo de ser bueno en la cocina y recordarán igual la discreta sorpresa y autosatisfacción que sintieron cuando la tortilla que hicieron, en efecto, se infló.
Otros no olvidarán que, engripados, sus abuelas o mamás les pusieron tomates verdes hirvientes en la garganta para apaciguar la infección, en un acto igualmente amoroso y tortuoso, pero lleno de convicción y fe en antiguas tradiciones. En cada casa hay “ingredientes secretos”, ocultos en los platillos populares y la mamá, la tía o la abuelita de todos hace “la mejor”versión de cualquier receta mexicana.
Invocar estos usos y memorias, secretos y preciosos, propios sólo de algunas casas o de algunas comunidades siempre llama a la profunda nostalgia. Pero es realmente un placer recorrer estos recuerdos reservados, de uno mismo y los otros.
Recientemente y con este espíritu rondándola, la activista y lingüista mixe, Yásnaya Aguilar, compartió en un hilo de Twitter algunos usos hermosos y sorprendentes del mezcal; muchos de su familia, otros propios de su comunidad en la sierra oaxaqueña. Probablemente sus memorias sean paralelas a las tuyas, de una forma muy especial:
Cuando mi abuelo llegaba del campo o de la obra, cansado, se servía un mezcalito antes de la cena. Mi hermana y yo corríamos a verlo, nos sentábamos a su lado o en sus piernas. Nos dejaba caer a la boca, varias gotitas de mezcal. Tendríamos unos 3 y dos años de edad
— Yásnaya Elena (@yasnayae) November 10, 2019
Antes de beberlo, en la sierra mixe derramamos tres gotas de mezcal a la tierra. Hace unos años vi en una antigua estela mixe-zoque narrar como el gobernante derramaba a la tierra tres gotas de su propia sangre. Hace dos mil años
— Yásnaya Elena (@yasnayae) November 10, 2019
Mi abuela se apalabraba con el maestro mezcalero de su preferencia que siempre nos traía pencas de agave horneado, dulces, fibrosos, anticipando su futuro a mezcal
— Yásnaya Elena (@yasnayae) November 10, 2019
Cuando mudé de dientes me aplicaban un poco de mezcal en el diente flojo para calmar el dolor
— Yásnaya Elena (@yasnayae) November 10, 2019
Un amigo de mi abuelo tuvo un infarto en un palenque. Nos contaron que cayó cerca del alambique, sus últimos momentos se humedecieron con las gotas calientes del mezcal destilándose. Esa historia siempre me impresionó
— Yásnaya Elena (@yasnayae) November 10, 2019
A mí nunca me prohibieron el alcohol. No tenía que pedir permiso para tomarlo. Quedaba sobreentendido por supuesto que no podía emborracharme. Se trataba de alegría, de disfrutar. Siempre que volvía a Ayutla había copita de mezcal para celebrar
— Yásnaya Elena (@yasnayae) November 10, 2019
Cuando el alma se escapa por un susto, vuelve al cuerpo por medio de un ritual que implica regar a presión (xuuj) mezcal con la boca hacia la cara del paciente
— Yásnaya Elena (@yasnayae) November 10, 2019