Esta pequeña comunidad mexicana conserva el trueque desde hace 500 años

“¡Cambias! ¡cambias!”, se escucha en los pasillos del mercado del domingo de Zacualpan de Amilpas en Morelos. Es uno de los pocos sitios en México que conservan desde hace más de 500 años la manera conocida de comercio más antigua de todas: el trueque.

Desde las 6 de la mañana de los domingos llegan de pueblos y zonas rurales cercanas decenas de personas con sus productos, muchos de ellos alimentos cultivados con técnicas ancestrales. Orgánicamente orgánicos, por así decirlo…

Zacualpan de amilpas trueque

“Yo tengo 25 años viniendo a truequear. Muchos jóvenes vienen de otros pueblos a cambiar muchas cosas, desde Cuernavaca. Vienen muchos, y ya saben cuándo es el trueque”, me dice Josefina Arias, de 67 años.

El hecho de que persista el trueque en este lugar se ha hecho tan popular que en septiembre se hace la ‘Feria del Trueque’, cuenta.

Zacualpan de amilpas trueque

Zacualpan de amilpas trueque

“Lo mejor es traer cosas útiles, como aceite, maíz, u otros insumos de la cotidianidad. Le pones un precio, y entonces dependiendo de ello lo cambias por lo que necesitas”, concluye Elinda García de 66 años. A ella lo que más le cambian son los chapulines.

Zacualpan de Amilpas trueque

Aquí es sencillo imaginar el México prístino, el que vivía más ligado a la naturaleza, a la comunidad… Este es una especie de museo viviente, una alternativa auténtica al capitalismo. Y aunque también se truequean muchos productos industrializados, sobreviven la sencillez y grandeza de las artesanías y los productos de la tierra.

 

Esta nota fue originalmente publicada en masdemexico.com

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¿Por qué es importante favorecer el comercio justo al momento de elegir un producto?

Las campanas del libre mercado resonaron con gran fuerza sobre todo en la segunda mitad del siglo pasado. Como si las libertades individuales culminaran y fueran equiparables con el libre mercado, los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial y economistas como Milton Friedman y Friedrich von Hayek promovieron el neoliberalismo como una panacea y última corona de las libertades.

Sin embargo, como anunciaban algunos intelectuales como Wallerstein, el capitalismo del neoliberalismo sería insostenible porque la ambición por sí misma es desmedida y debe ser regulada (lejos del distanciamiento del Estado que promueve el neoliberalismo). Otro gran ingrediente del neoliberalismo que lo hace insostenible es que se inhumaniza, se vuelve abstracto. Estos supraelementos que son las corporaciones, que se desmenuzan en las bolsas de valores sin pertenecer aparentemente a nadie, hacen que la influencia de estas sea ubicua y a la vez de nadie. Una supraentidad a la que se obedece, se le teme, pero no se le conoce.

Mientras las especulaciones y el lobby en los sistemas políticos favorecen a ciertas empresas, el verdadero mercado, las personas de carne y hueso son dejadas atrás por la liberación de capitales que suelen beneficiar a pocos: los afortunados que saben jugar ese juego por cultura, ambición, perspicacia y en pocos casos, por el azar. Mientras los precios internacionales de los granos fluctúan, por ejemplo, en relación a los grandes productores del mundo, los campesinos locales deben adecuarse a estos cambios aunque estén completamente excluidos de esa dinámica.

Es decir, las reglas que rigen el libre mercado están verdaderamente lejanas a las economías locales a pequeña escala y el neoliberalismo promovido desde muchos gobiernos busca abarcarlo todo, llegar a los más mínimos y recónditos espacios para integrar su dinámica supuestamente buena para todos. Pero, en el caso mexicano, que adoptó las medidas de organismos internacionales como el Banco Mundial, la pobreza persiste desde hace 30 años en los mismos niveles (la mitad de la población), fenómeno que se repite en otros países igualmente endeudados con los organismos internacionales y enfrascados en la falta de oportunidades para sus habitantes, que siguen esperando las promesas del neoliberalismo.

Ante esto, hay quienes voltean a ver a lo pequeño; no los cambios radicales del sistema, sino eso que apenas se va abriendo paso en una sociedad: una mayor conciencia en numerosos aspectos, incluyendo el consumo. La economía solidaria o el comercio justo van creciendo paulatinamente, sin escándalos y con una fortaleza que viene de su legitimidad.

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¿Qué es el comercio justo?

La economía solidaria o comercio justo es un tipo de economía: una forma de producción, consumo y distribución de la riqueza centrada en la valorización del ser humano y no en la priorización del capital.

Sus principales virtudes:

  • Garantizar a los productores y productoras un salario y unas condiciones laborales justas.
  • Asegurar que los niños y niñas no sean explotados; estos pueden ayudar a sus familias, pero en ningún momento se pondrá en riesgo su desarrollo y se asegurará su educación, descanso y el ocio propio de su edad.
  • Las organizaciones productoras deben destinar una parte de sus beneficios a las necesidades básicas de sus comunidades: sanidad, educación, agua, saneamiento y seguridad alimentaria. El comercio justo debe contribuir al desarrollo de toda la comunidad.
  • El funcionamiento de las organizaciones productoras debe estar basado en la participación y la democracia y velará por la igualdad entre hombres y mujeres.
  • Las relaciones comerciales se basarán en el diálogo, la transparencia y el respeto mutuo, asegurando que estas relaciones sean a largo plazo y garanticen el pago una vez formalizado el contrato.
  • La producción se realizará garantizando la protección del medio ambiente.
  • Los productos de comercio justo serán elaborados bajo normas de calidad.

 

¿Por qué favorecer el comercio justo?

Cuando compramos comercio justo solemos favorecer a los pequeños productores, que son justo los que producen en pequeñas escalas, lejos de los procesos industriales tan dañinos. Es decir, los productos de pequeñas cooperativas o campesinos suelen ser mucho más sanos porque, además, deben cumplir ciertos requerimientos de calidad. De esta manera ayudas a que los grandes consorcios no sean los únicos que venden alimentos, por ejemplo, sino que también exista un mercado alternativo que produce alimentos más sanos y desde técnicas tradicionales.

Uno de los grandes problemas del capitalismo neoliberal es que la repartición de la riqueza en la cadena de producción suele ser poco equitativa y más aún, cuando los precios están globalizados. De esta manera, los más marginados han creado con el comercio justo una forma de participar en el capitalismo desde un mercado más informado y consciente, que persigue intereses de justicia y responsabilidad social además de individuales.

Cabe advertir que no todos los productos etiquetados como comercio justo son realmente auténticos. Está probado, por ejemplo en el documental Oro negro, cómo cadenas como Starbucks, Procter & Gamble, Nestlé y Kraft, quienes controlan más de 50% del mercado de 80 mil millones de dólares que genera la industria del café, en realidad abusan de este tipo de conceptos y compran el café a minúsculos precios a los productores, pese a etiquetarse como comercio justo.

Como siempre, quizá la mejor forma de que puedas asegurarte de que el producto que compras sea realmente de comercio justo es que provenga de productores locales cercanos. Recuerda: mientras más se aproximen los productos a la producción a pequeña escala y cercana a tu comunidad, serán más auténticos.

 

Reproducimos esta nota con autorización de ecoosfera.com

El futuro será sólo de las marcas sustentables: consume con conciencia

El verbo consumir tiene hoy una carga negativa. Es entendible porque hemos abusado de este acto, lo hemos practicado de forma insostenible y, a veces, absurda. Pero en realidad todos somos, y seremos, consumidores. Desde el vientre estas consumiendo nutrientes de tu madre, y apenas llegas al mundo, exiges recursos para mantenerte con vida, comenzando por el oxígeno, el agua y el alimento.

Una vez aceptada nuestra naturaleza consumidora, entonces pasamos a lo importante. Un consumo sensible y responsable termina por ser más una especie de intercambio con el entorno y sus recursos que una búsqueda infinita de saciedad ilusoria. Sí, pareciera que la clave está en qué consumes, cómo lo consumes y de quién lo consumes. Y aquí entra una premisa decisiva: necesitamos convertirnos en consumidores, proveedores y productores sustentables (de hecho, tenemos que hacerlo ya).

El rol de las marcas en el futuro del planeta y de la humanidad

La cantidad de recursos que mueven las grandes compañías productoras y proveedoras de servicios es inmensa. Nos referimos a recursos humanos, materiales, económicos y mentales –su incidencia en el imaginario–. Por eso resulta obvio que son un ingrediente esencial en la transformación; dicho de otra forma, si no contamos con ellas (que junto con gobiernos y sociedad civil son las tres grandes fuerzas en las que se ha materializado la humanidad), difícilmente lograremos corresponder a las exigencias actuales.

¿Qué es el greenwashing (o lavado verde) de las marcas?

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Este término se refiere a prácticas decorativas pero no sustanciales y en algunos casos falsas o imprecisas, que algunas marcas presumen para “lavar” su imagen frente al público. El fenómeno surgió hace algunos años, conforme se hizo evidente la necesidad de industrias y mercados mucho más sustentables y así, más consumidores comenzaron a exigir que las marcas dejaran de ser un motor de destrucción y, en cambio, adoptaran políticas que beneficiaran al entorno, tanto social como medioambiental. Los primeros lavadores verdes fueron, como era de esperarse, dos de las compañías más contaminantes del planeta: la petrolera Chevron y la empresa de químicos DuPont. Los esfuerzos de ambas por publicitar, a finales de los 80 y principios de los 90, una responsabilidad social y medioambiental, se contradecían por completo con los efectos medibles de sus respectivas actividades.

El greenwashing generalmente viene acompañado de recursos más destinados a delinear una falsa imagen verde que a ajustar su operación en sintonía con una genuina sustentabilidad. En el peor de los casos, tiene que ver sencillamente con un espíritu rapiñero; en muchos otros responde a una cierta torpeza o incapacidad de adoptar una nueva cultura en su filosofía y procedimientos. Algo similar ocurre, por cierto, entre las personas. A fin de cuentas no es fácil reimaginar tu cultura, sea individual o corporativa. Sin embargo, ya llegamos a un punto donde no tenemos opción: difícil darle sentido a tu existencia, o aspirar a preservar nuestra especie y su entorno si no cambiamos aceleradamente.

Las principales prácticas de greenwashing

Seguramente te has enfrentado a más prácticas de verdosa ficción de las que te imaginas. Por ejemplo, muchos productos que claman ser biodegradables pero no especifican en realidad cuánto tiempo toman en degradarse; otros presumen medidas ecoamigables pero jamás transparentan sus procesos operativos y, por ende, es imposible comprobar que realmente están haciéndolo. También hay productos o servicios ecológicos per se, pero cuyo proceso de producción, a diferencia del producto final, es profundamente nocivo, por ejemplo: un foco LED, cuyo proceso de producción contamina y además explota a los trabajadores. Pero sin duda, la predilecta de algunas marcas es la incursión en campañas de saneamiento o regeneración, incluso acciones masivas, pero cuyos beneficios son minúsculos en proporción al daño que producen sus actividades permanentes. ¿Te suena familiar?

 

¿Cómo acelerar la transición hacia un futuro de marcas sustentables y comprometidas?

Dado que la esencia de una marca tiene como fin primordial vender, el mejor aliciente que puede tener una compañía para hacerse responsable frente al entorno es la preferencia de los consumidores. Es decir, en la medida en que más personas privilegien aquellos productos y servicios que no depreden el ambiente y se preocupen por hacer las cosas bien, más compañías se verán inspiradas y de hecho obligadas a transformarse. Otro ingrediente, aunque más complejo por la cantidad de intereses implícitos, tiene que ver con políticas públicas (un ejemplo es la implementación obligada de un etiquetado transparente que revele al consumidor los componentes y efectos alrededor de un producto).

¿Qué es el consumo responsable?

Básicamente es cuando alguien decide qué consumir bajo un criterio que considere el impacto social, el medioambiental y la calidad de un producto o servicio. El requisito para practicarlo es informarte sobre lo que hay detrás de cada cosa que consumes y siempre privilegiar la calidad por sobre la cantidad (y cuando sea posible, también por sobre el precio). ¿Quién lo produce?, ¿en qué condiciones?, ¿es bueno para ti y para el entorno? Aquí hay que admitir que difícilmente existirá la marca o compañía perfecta. Tenemos que entender que tampoco podemos exigirles, como consumidores, medidas o plazos simplemente inviables. En cambio, tenemos que desarrollar la capacidad de discernir cuando una compañía realmente está apuntando a nuevas políticas.

¿Cómo practicarlo?

Al decidir qué consumirás y a quién se lo vas consumir, premias a quienes están haciéndolo bien. Estos son, obviamente, numerosos productores artesanales y locales, pero también grandes marcas que están sintonizándose con los valores fundamentales en estos tiempos. Para discernir quién lo está haciendo, lee las etiquetas, pero también dedica unos minutos a investigar sobre esa marca o línea. Consulta también información de organizaciones u organismos dedicados a monitorear el asunto. Considera que al consumir responsablemente promueves que otras marcas tengan que cambiar, reconoces a quien ya lo está haciendo y, en suma, alimentas una filosofía más sana y justa de relacionarnos con el entorno.

¿Y las marcas?

Pues tendrán que implementar, en caso de que no lo hayan hecho, un análisis crítico de su impacto integral. Luego, trazar una ruta estratégica, idealmente ambiciosa, para desintoxicar su operación y acercarse a la sustentabilidad. Finalmente, comunicarlo como lo que es: una cualidad adicional que cada vez irá teniendo mayor relevancia para más consumidores. ¿Sabías que más de la mitad del presupuesto de consumo millennial se gasta en productos y marcas sustentables, incluso cuando son más caros?

Las marcas tienen que reimaginar sus narrativas. No nos referimos a los recursos marketingueros, sino a la forma misma de insertarse en la realidad. No es indispensable sacar una “ecolínea” de sus productos, incrustar símbolos ecológicos en sus etiquetas o recurrir a eslóganes verdes. En cambio, se trata de materializar un compromiso y demostrar una sensibilidad frente a las nuevas exigencias. Las marcas deben asumir su responsabilidad y esforzarse por encontrar modelos más eficientes, y no descartemos más rentables, pero que no atenten contra el medioambiente o la salud pública, ni contra la sociedad en su conjunto. Si lo logran, hay millones de consumidores cada día más listos para aplaudirlo.

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